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  Doña Ana Julia
 

 


Cuanto hizo doña Ana Julia Vargas de Ramírez lleva el sello del amor y del entusiasmo. Amaba la belleza, amaba al pobre y necesitado, amaba la alegría, se regocijaba con las cualidades de su gente, por eso llegó a ser el alma de su pueblo; organizaba toda clase de actividades, bien fueran clases de modistería y bordado para las adolescentes, brigadas voluntarias para colaborar en la obra del nuevo templo o para la apertura a pico y pala de la carretera a la población. Veladas musicales o teatrales; en aquellos tiempos en que para distraerse no bastaba oprimir el botón del TV, que no existía, era necesario incentivar y lucir las habilidades personales. Oh, la música de aquellos tiempos! No consistía en gritar y exaltar el vicio, sino en expresar tierna y bellamente los sentimientos del corazón humano.


Doña Ana Julia Vargas nació en Garzón, el 30 de julio de 1900, en el hogar formado por don Remigio Vargas Manrique y doña Soledad Silva Borrero, centenaria prosapia, descendiente de prohombres como el coronel Evaristo Borrero, prócer de la independencia, en la cual florecieron santos como el arzobispo de Bogotá, monseñor Ismael Perdomo o empresarios progresistas como los Lara Borrero.

Graduada en educación, la señorita Ana Julia dedicó su juventud a la más noble de las tareas humanas: el magisterio en las escuelas; y digo magisterio y no docencia, porque tal era la tarea en aquella época, no sólo instruir, sino también enseñar a los niños y niñas a vivir honesta y plenamente. En unos encuentros pedagógicos conoció a un apuesto educador, Luis Antonio, quien desde el primer momento conquistó de por vida su corazón. El mismo día del matrimonio, luego de breve recepción, montaron briosas cabalgaduras y se trasladaron a La Plata, el pueblo del joven esposo.

Don Luis escogió para su esposa Ana Julia el lugar que merecía: un amoroso trono. Ella fue siempre la reina del hogar. Su esposo, recia personalidad, la amó y veneró, y secundó siempre todas sus iniciativas.

Luis Antonio Ramírez Ramos, nacido el 10 de agosto de 1898, era hijo de Ramón Ramírez Flórez, casado en segundas nupcias con Isabel Ramos. Don Ramón era un auténtico patriarca; sus contemporáneos comentaban su generosidad. En tiempo de la guerra de los mil días, cuando las tropas del ejército llegaron al pueblo, don Ramón previno a sus oficiales para que no tocaran las posesiones de sus habitantes, personas de escasos recursos; si necesitaban algo, debían pedírselo a él que suministraría lo necesario. Partida la tropa, don Ramón se informó que un sargento había tomado una yegua de un humilde habitante del pueblo. Disgustado, tomó dos de las más hermosas mulas, dio alcance al sargento, le entregó las mulas y le exigió devolviera a su dueño el animal hurtado. 


Progenie

Doña Isabel era una joven y sencilla doncella de la pequeña población de la Jagua y fundó con su esposo Ramón un hogar donde nacieron seis hijos que se distinguieron por su rectitud y capacidad de liderazgo: Julia la mayor, casada con Alejo Valenzuela, sobresaliente por su inteligencia y don de gentes, progenie de varones y damas muy celebrados por su ingenio y simpatía; Luis Antonio, de quien estamos hablando; Pedro María, sacerdote sacrificado en Armero el diez de abril de 1948, murió con los brazos en cruz, pidiendo a Dios ‘‘perdón porque no saben lo que hacen’’, hoy es llamado ‘‘El Mártir de Armero’’; Pablo Emilio, casado con la hermosa y dulce señora Ana Julia Cháux, padres de quince hijos, hoy notables personas, Eliécer, aguerrido, caballero a carta cabal, padre de ejemplar descendencia y Leonardo, sacerdote jesuita, quien brilló en esa comunidad por su inteligencia y virtudes.

Los jóvenes esposos Ramírez Vargas establecieron su casa en el marco de la plaza principal, donde acogían con espontánea gentileza a amigos y extraños. La Plata era entonces un encantador pueblito, donde ‘‘de perfumes y luceros se va vistiendo la noche, mientras danzan con vaivenes las cimeras y las flores’’; alegría, cordialidad, caballerosidad, lealtad, era la quinta esencia del espíritu plateño, cuna de grandes familias que han dado lustre a la ciudad y al departamento: los Ramírez, los Valenzuelas, los Trujillos, los Perdomos, los Cantillos, los Cháux, los Medinas, los Pérez, los Bonillas, los Embús, los Castañedas, los Hernández, los Ortiz, los Rodríguez, los González, los Fallas, los Montealegres y otros muchos, como también los que luego se asentaron en este verde valle y se nutrieron de su sabia, como los Ibatás, Durán, Monjes, Tellos, Gascas. 

Eran días felices, acompañados del murmullo del río, la melodía de las campanas de la iglesia o la banda del pueblo; se entrelazaban con regocijo labores y reposo, cabalgatas y bailes, ferias y fiestas patronales; Pueblo con veredas de lindos nombres como la Lindosa, la Morena, Cansarocines, o indígenas como la Urriaga y Yanaconas.

En 1943 don Luis y doña Ana Julia trasladaron su residencia a una centenaria casona, de macizos muros de tierra pisada y amplios corredores, colocada en pintoresca meseta desde donde se contempla la población y el valle de La Plata. Rodeada de añosos árboles, un verdadero remanso de paz. ‘‘Como escapada de viejas estampas, la casa de la hacienda La Meseta evoca la arquitectura de las casas quintas republicanas que adornan el paisaje rural a finales del siglo XX’’, comenta el benemérito arquitecto Fernando Antonio Torres Restrepo en su libro ‘‘Haciendas Ganaderas del Huila’’.


Acogida

Doña Ana Julia cultivaba su jardín, pintaba cuadros que reflejaban la luminosidad de su alma, consentía sus tiernas palomas y su parlanchina guacamaya, recibía con la misma simpatía al humilde campesino o al personaje de la ciudad. Bien pronto la vieja casona se convirtió en el centro social de la población; allí venían artistas, como el maestro Olave, a lucir sus innatos dones, inquietos muchachos y alegres jovencitas disfrutando de sus vacaciones, ilustres ciudadanos que honraban la ciudad con su presencia. Fueron inmemoriales sus fiestas de fin de año, en que la sociedad plateña lucía sus mejores galas. Allí pernoctaron personajes como los ex presidentes Guillermo León Valencia, Mariano Ospina Pérez, Misael Pastrana Borrero, y connotados líderes como Gilberto Alzate Avendaño y Alvaro Gómez Hurtado, o célebres damas como doña Berta Hernández de Ospina, María Mercedes Rengifo de Duque, Olga Duque de Ospina.

Un buen día un joven médico, de alma sensible y musical, visitó estos lares; disfrutó durante el día las amables atenciones de doña Ana Julia y su esposo Luis, se recreó con el esplendoroso y perfumado valle; fue entonces cuando el maestro Jorge Villamil con su evocador vals ‘‘Noches Plateñas’’ inmortalizó ‘‘su señorío huilense de doña Ana Julia y la gran acogida de La Meseta’’.

Hoy la vieja casona no ha muerto. Ni en sus puertas desvencijadas el viento entona una canción de soledad y abandono. La mansión está llena de retozos infantiles, sus jardines florecen como siempre. Allí el Gimnasio Moderno, regentado por diligentes y maternales institutrices, forman niños y dulces niñas, que conservarán las glorias del pasado y emprenderán las inauditas aventuras del mañana.

 
 
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